DE COMO APRENDÍ A NADAR SIN GUARDAR BIEN LA ROPA.
Ayer envié a mis contactos un artículo, publicado en la Vanguardia, sobre la piscina de saltos de Montjuïc que me hizo recordar que fue en esa piscina donde aprendí a nadar. Pues bien, hoy, completo mi memoria en el momento justo en que tuve conciencia de saber nadar.
Mi madre me inscribió en un curso de aprendizaje de este deporte en la citada piscina.
Con otros niños de mi edad compartimos vestuario y en fila india abordamos la piscina en donde el monitor preguntó con voz poderosa “A ver niños, los que saben nadar aquí.”
Y yo, sin vacilar di un paso al frente.
Estaba convencido que aguantarme en la línea de la playa, sin ahogarme, era “saber nadar”.
Pero cuando el monitor nos guió hasta la zona profunda de la piscina y nos propuso atravesarla de un lado a otro, sentí pánico.
Aún lo recuerdo. Solo mi orgullo me impidió retroceder. Estuve tentado de hacerlo, pero el instructor no me dió margen a la duda.
De un empujón caí al agua y, brazos y piernas en posición vertical, hicieron que no cayera al fondo de la piscina. Todo un milagro.
En pocos segundos noté que avanzada, poco a poco, hacia el otro extremo de la piscina donde otros niños, los que si sabían nadar, habían llegado sin apenas esfuerzo.
Llegué y fue un subidón de autoestima. Sabía nadar y lo había demostrado. Mis padres y mi hermano estarían orgullosos del Adolfito.
Ese fue el momento de alegría que recuerdo, pero tuve otro de vergüenza que he arrastrado durante mucho tiempo.
Veréis amigos. En el vestuario, como todos los niños después del remojón, procedimos a secarnos y vestirnos, para encontrarnos nuevamente con la familia.
En eso estaba cuando al buscar mis calzoncillos, horror, habían desaparecido.
Busqué y rebusqué y nada. Se habían esfumado. Ni rastro de calzoncillos.
Tarde tiempo en salir del vestuario, lo hice el último. Y cuando lo hice, llorando, le dije a mi madre. “He perdido los calzoncillos”.
Mi madre me dijo “Es imposible, búscalos otra vez”.
El monitor ya estaba cerrando el vestuario y mi madre lo abordó y le pidió permiso para descubrir donde estaban mis malditos calzoncillos.
Pero ni una sola pista, habían desaparecido y mi vergüenza fue infinita.
Madre, monitor, familia, amigos y lo peor, yo mismo, hemos recordado durante tiempo aquel baño de piscina con la leyenda “aquí perdió sus calzoncillos el nene.”
Hoy al escribir este recuerdo me asalta una duda. ¿Y si debajo de mi pantalón, como pasa ahora cuando voy a la playa, en lugar de calzoncillos llevaba el bañador?
Un consejo amigos, la ropa interior siempre controlada.
Gracias como siempre por vuestra atención.