SAN ADOLFO, VIRGEN Y MARTIR.

SAN ADOLFO, VIRGEN Y MARTIR.

El nombre ADOLFO  crea confusión. Alonso, Alfonso, y de pequeño Adolfito y con mala leche, golfo, golfito.  

Pero los más necios recuerdan mi nombre ligado a la guerra mundial y al nazismo y de forma recurrente me preguntan porque me llamo Adolfo.  

Aquí os lo explico con pelos y señales.

Nací en el 48. El año que se creó la OMS y, para darle un tono frivolo, el año en que el Sha, repudió a su esposa Reza Pahlev, el año en que nació Depardieu y se estrenó Gilda con gran escándalo. Y no me olvido; tambien nació Arguiñano, Pepa Flores, Olivia Newton John y Carlos, el actual rey de Inglaterra y, por supuesto, este “mindundi”.

Que en esa trágica década unos padres pongan el nombre de Adolfo a su hijo puede favorecer los malos entendidos. Lo acepto.  

Puede crear confusión democrática y dudas en mis antecedentes familiares. Alguien que no conozca a mi familia, ni su pensamiento, rotundamente antifascista, puede dudar; ¿Adolfo? ¿Porqué Adolfo? 

Yo también  pregunté a mi madre porque esa misma pregunta me la hacían a mi de manera recurrente. Y la respuesta fue definitiva.  

En esa época era costumbre que los varones llevaran el nombre de su abuelo materno. Mi abuelo se llamaba Silvestre. Aún no era famoso Silver Stallone. Y mi madre pensó “que horror.” ¿Silvestre?. “Ni hablar”. Cada 31 de diciembre le dirán “Silvestre deja el año y veste.”  

Segunda oportunidad. Segunda opción. El nombre del santo del día de mi nacimiento 14 de abril. ¡Justiniano¡.  

¡Ni hablar tampoco!. ¡Justiniano!. ¡Qué fuerte!!  

“¿Sabe qué?”, le dijo a mi abuela- por cierto, conocida como la madre Pepa-,”le pondremos Adolfo, como quiere su padre.”  

La excusa fue emocional y nadie le llevó la contraría. El argumento era incontestable. A mi padre le hacía mucha ilusión que me llamara como él y punto.  

Ahora ya sabéis la historia de mi nombre y como podéis comprobar, por esas casualidades de la vida, y las argucias de mi madre, me llamó Adolfo y no Silvestre o Justiniano Cabruja.  

Aunque, a decir verdad, ahora que lo escribo, me suenan bien uno y otro nombre y, en todo caso, no sé si esta circunstancia hubiera tenido influencia en mi vida. 

Y así han pasado los años, sin pena ni gloria, para este santo tan poco conocido. 

Hoy pongo mis conocimientos religiosos, tan profundos como mis conocimientos sobre la energía cuántica,  al servicio del verdadero Adolfo. El auténtico.  

Veréis, mis amigos y conocidos me han felicitado en días distintos y pocos conocen que el día de mi santo, el de mi calendario particular  es el 27 de septiembre porque así me viene de tradición familiar y porque, este San Adolfo, me sirve para resaltar que era un mártir. 

De hecho, siempre explico que san Adolfo, era virgen y mártir, aunque, a decir verdad,  lo de virgen no cuela. Solo lo añado para provocar una sonrisa. 

San Adulfo, si, amigos no lo escribo mal, San Adulfo y San Juan, eran hermanos y protomártires de la sangrienta persecución que Abderramán, Rey de Córdoba, movió contra los cristianos en los principios de su Imperio.  Sabemos que triunfaron ambos como héroes de los enemigos de Cristo, sirviendo su ejemplo para alentar a muchos cristianos débiles a que diesen iguales pruebas de su fe. 

Nacieron ambos en Sevilla, de padres iguales en nobleza, pero desiguales en religión. La madre cristiana, que los educó, el padre musulmán. Y ahí empieza la refriega. 

Los parientes de Sevilla por parte del padre, no podían tolerar que los dos ilustres hermanos profesasen la religión cristiana, creyendo que en esto infamaban la nobleza de sus ascendientes. Y los denunciaron para ser castigados por desertores de la religión.  

Oyeron Adulfo y Juan la acusación del juez, (mahometano, por supuesto), con el mayor desprecio y declararon estar preparados a padecer todos los castigos que pudieran discurrir los árabes, antes que separarse de su religión cristiana. 

El juez les dijo “Manchando vuestra ilustre prosapia con una torpe religión, os condeno a una muerte infame.” Y los sentenció a la pena capital. 

Ejecutándose la injusta providencia el día 28 de septiembre por los años 824. Los cristianos recogieron sus cadáveres en una noche tenebrosa, como debe ser, y les dieron sepultura en la Iglesia de San Cipriano. 

Y hasta aquí, queridos amigos, la historia de San Adolfo. Espero haberos instruido y que anotéis en vuestras agendas esta efeméride, para colmar de felicitaciones y regalos a este humilde ADOLFO que os escribe y que, a decir verdad, se conformará, solo, con una pequeña sonrisa. 

Gracias por leerme hermanos.