UNA CITA DIVERTIDA.LA TENTACION DE LA GILDA. MI AMIGO PEDRO PALACIOS DIXIT.


La gilda es, sin duda, el más popular de los pinchos. Cumple con el principal requisito fijado por la Academia de la Tapa y el Pintxo. Su presidente Mikel Martínez, periodista irundarra aunque nacido en Barakaldo, lo interpreta así de bonito y de clarividente: ” El Pintxo se come en dos bocados, de pie, y en la barra del bar”. Ortodoxia indiscutible. Tentación ideal y sana para abrir el estómago.
La estructura de este clásico pincho es por su simplismo, sublime. En la sencillez está la sabiduría y tiene unos elementos básicos e imprescindibles. En un palillo se ensartan: una aceituna rellena de anchoa, una piparra (guindilla pequeña, con rabo y suavemente picante), sabor avinagrado, una anchoa o boquerón y como cierre otra aceituna. Un séquito de categoría. A gustos, se le pueden añadir pimiento rojo, cebolleta en vinagre, pepinillo o cualquier otro encurtido que tengamos a mano. Es tentadora, picante, caprichosa y brillante a la vista, por ello fue bautizada como “Gilda”.
Año 1946 del siglo XX. Película Gilda, en blanco y negro. Escena mítica. La actriz Rita Hayworth (de origen español) aparece en el escenario de un cabaret. Luce un vestido de noche, negro satén, escote palabra de honor, con una obertura interminable en la falda, guantes largos más allá del codo de los que va desprendiéndose lentamente y lanzando maliciosamente al público masculino vociferante. Rita cimbrea sus caderas al ritmo sensual y cadencioso de la canción Put The Blame On Mame (échale la culpa a Mame). Al final, el público varonil la vitorea mientras el galán Glenn Ford irrumpe en escena. Salido como un miura y preso de un ataque de celos, abofetea a la pelirroja más sexy de Hollywood antes de besarla con arrebatadora pasión. Una escena que vista hoy es políticamente incorrecta pero que en 1946 encendió pasiones..
La escena forma parte de la historia del cine. La actriz Rita Hayworth en su insinuante escena musical, derrochaba tanta sensualidad que la Iglesia Católica en España censuró la película al considerar que quien la viera, cometía pecado mortal y que se iba de patitas al infierno. Y así que cortaron el celuloide. Por esta salvadora razón, así se bautizó el famoso pincho. Cómo los tiempos han cambiado. La escena del baile de caderas insinuantes hoy se considera una obra de arte. Algunos de aquellos sacerdotes inquisidores, o sus colegas, hoy han sido denunciados por abuso infantil y pederastia. Lo único que sigue vigente es el pincho.

AL CAFÉ IRUÑA DE BILBAO SE ENTRA DE RODILLAS.

Vaya este brindis por mi amigo Adolf Cabruja, gran persona y excelente profesional que dirigió la Fira de Barcelona. A Adolf le gusta el riesgo y es un retador contumaz, de los de a diario-diario, que provoca con algunos chistes buenos (pocos) y otros insufribles (muchos). Tortura que solo se consiente a los amigos de verdad. Pues bien, en plan Elena Francis, me envió una consulta sobre el Café Iruña de Bilbao. Y yo, oh necio de mi, oh infelice, resulta que confundí el Café Iruña de Bilbao con el Café Iruña de Pamplona, situado en la muy noble y señorial Plaza del Castillo, con kiosco de música dominical donde aún resuenan los ecos de polkas y valses.


Aclarado el malentendido, paso a darle respuesta a la consulta de Adolf Cabruja. El café de Iruña de Bilbao es un templo, un símbolo al que hay que entrar de rodillas. Por respeto y admiración. Cuenta con certificado de nacimiento emitido el día de San Fermín de 1903, y sigue exhibiendo su decoración oriental de origen, con sabor a soñadas aventuras junto a Sandokán y Alí Babá. Luce mayólicas y azulejos de mareantes reflejos poliédricos. Composiciones geométricas, auténtica tortura para minimalistas; pesadas mesas hexagonales de madera y mármol, techos poli cromados de yeso, imitando filigranas de madera; lámparas y arcos, propios de un sórdido harén en Orán.


Si el culo inquieto fuera aficionado a la inteligencia artificial o al ChatGPT, leería algo así: » Este café es un ejemplo destacado de la arquitectura y decoración de estilo neo árabe, que lo convierte en un lugar único y lleno de encanto». Ambiente cautivador de los que alienta a la tertulia y a conversaciones con un Señor Notario . Y a su vez, es dinámico, con gente que cambia a lo largo de la mañana: entra a desayunar, a tomar un pintxo de tortilla y txacoli o a comer el menú del día que sale por 21,5 €. El desayuno, café y corte de jamón, paletilla Sánchez Romero y pan con «tomaca», no llega a los 6 €. Pero la gloria del Café Iruña, réplica de un salón del Mamounia de Marrakech, es su estrella gastronómica: el pincho moruno, porque sigue llamándose así. Pequeños pedazos de carne de pollo o carne de cerdo, adobados en pimentón de la Vera, algo picante y ensartados por una varilla metálica que, por su mal uso, puede derivar en arma mortal. Y, así, sin ningún tipo de sonrojo, los vascos siguen denominándole «pincho moruno» porque consideran que no es insultante ni xenófobo. No han caído en la bobada de la corrección política. Las cosas tienen su nombre y se llaman como se llaman, sin insultos, ni vejaciones, ni resiliencia, ni empoderamiento.