LOS HERMANOS MARISTAS DE BADALONA. MI PRIMER TRABAJO.
Queridos amigos, hoy me he llevado la sorpresa de la pandemia. Tanto archivar fotos y recortes de diario y no había reparado en estas fotos que, con mucho gusto, os adjunto.
Son imágenes de mi primer trabajo. Profesor de parvulario en el Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas de Badalona.
Estuve todo un curso de noviembre del 63 a septiembre del 64.
Tenía pues 15 años y, como no, mi madre, siempre mi madre, debió pensar que lo mejor para mí sería ponerme a trabajar, pero no en cualquier cosa, a trabajar de maestro. Casi nada.!
Buscó contactos en la Feria y encontró a una persona que practicaba el pluriempleo. Maestro en los Hermanos Maristas y vigilante de la Fira los festivos y fines de semana.
Lo debieron hablar y hecho. Mi madre debió convencerle que era un fichaje de primera.
Me hicieron una entrevista. Yo con americana negra, camisa blanca y zapatos siempre como sabéis de color burdeos. ¡Ah! Y eso sí con buena planta que eso nunca me ha faltado.
Y así fue como, desde Plaza Tetuán, en autobús o desde la estación de Francia, fui a Badalona, sin fallar ni un solo día.
Y aquel joven, que digo joven, un casi niño, daba clases a más de 30 aplicados alumnos.
Los padres me confiaron a sus hijos y por los comentarios que sus madres me hacían y los regalos que recibí, en aquella Navidad y Reyes, estaban convencidos de dejarlos en buenas manos.
Y yo, modestia aparte, creo que así fue.
Limpiando algún culo, consolando algún llanto o avisándoles de fiebre inesperada me gane prestigio.
Pero también aprendieron recitando el abecedario, las tablas de multiplicar, haciendo dibujos y sobre todo escuchando música.
Mi música.
Con mi radio casete escucharon, seguramente por vez primera, a los Beatles, a The Shadows, a los Rollings, a los Sirex, a los Mustang, a Sylvie Vartan, a Tom Jones, y hasta bailaron el twist de Chubby Checker. Y en la siesta, tranquilamente a François Hardy.
Los padres debían pensar que cole más moderno.
Por supuesto aprendieron la poesía para recitar en Navidad.
Faltaría más.!
Pero el momento más impresionante que recuerdo era el de las comidas en una nave tipo «El señor de los anillos». Todos los niños de todas las clases juntos y, en la tarima, los profes, yo incluido, y siempre cohibido, por si alguien se fijaba en mi edad y me hacía bajar del estrado.
Nunca ocurrió. Pero, sinceramente, aún me impresiona mucho recordar aquella situación.
Se comía bien, lo confieso y aprendí a comer de todo. Era de mala educación dejar algo en el plato. Y los profes teníamos que dar ejemplo.
Supere esta prueba nada fácil para mi edad. Todo el día fuera de casa me impidió relaciones sociales con los de mi quinta y sobreviví, siempre lo he pensado, gracias a la radio.
Si amigos, la radio lo era y lo sigue siendo, todo para mí. Fue mi conexión con el mundo exterior. Con las noticias de aquel año.
El asesinato de Kennedy el 22 de noviembre, recién incorporado al colegio, me supuso un trauma brutal. Pero todo se hacía más dulce escuchando un personaje al que llegué a idolatrar.
¡Me pongo en pie al escribir su nombre!
Luis Arribas Castro. Don pollo. El único pollo que habla.
Cada día a las 12 horas en punto con la radio en la oreja, bajito el volumen para que nadie lo supiera, escuché la frase con la que abría su programa; LA CIUDAD ES UN MILLÓN DE COSAS.
Un eslogan que aún hoy en día es la mejor expresión de transversalidad conocida para gobernar una ciudad. Mi ciudad. Barcelona.
Y así poco a poco fui creciendo hasta el día de hoy en que tengo amigos, que por cariño y amistad me leen estas sentidas y auténticas historias.
Gracias nuevamente por leerme. Y hasta la próxima.